Existe
una documentación confiable sobre los efectos adversos de las
vacunas a largo plazo, tales como los trastornos crónicos a nivel
inmunológico y neurológico como el autismo, hiperactividad
y desórdenes de atención, dislexia, alergias, cáncer
y otras condiciones, muchas de las cuales raramente existían
antes de los programas masivos de vacunación. Las vacunas incluyen
sustancias carcinogenéticas como el timerasol, fosfato de aluminio
y formaldehído, el SV40 y los HTLV (virus linfotróficos).
El investigador Harris Coulter, luego de una extensa investigación
concluye que la vacunación infantil puede "...causar una
encefalitis de grado menor en los infantes en un porcentaje mucho mayor
que el admitido por las autoridades sanitarias, en alrededor de 15-20%
de los niños". El puntualiza que esta encefalitis puede
generar daño cerebral mínimo y no tan mínimo, autismo,
trastornos de aprendizaje, convulsiones, epilepsia, trastornos del sueño
y del apetito, desórdenes sexuales, asma, muerte súbita
(SMSI), diabetes, obesidad y trastornos del carácter como violencia
impulsiva, todos trastornos que aquejan contemporáneamente a
la sociedad. Nos recuerda que el "...toxoide del pertussis (coqueluche)
es usado para generar encefalitis en animales de laboratorio" ("Vaccination,
Social Violence and Criminality" Washington, 1991).
Un estudio realizado en Alemania encontró correlación
entre las vacunaciones y 22 condiciones neurológicas, incluyendo
déficit de atención y epilepsia. El dilema que se presenta
es que los elementos incorporados con las vacunas aparte de estos efectos
crónicos conocidos podrían generar otros trastornos desconocidos
por el momento. Sobre todo teniendo en cuenta la rápida incorporación
de nuevas vacunas que se producen por ingeniería genética.
En
síntesis, los efectos a largo plazo de las vacunas han sido virtualmente
ignorados, a despecho de la correlación con muchas condiciones
crónicas" .